martes, 16 de noviembre de 2010

Algún día, en alguna parte.

Suele suceder muy de vez en cuando...
Días en los que el único color que parece encajar en tu paleta cromática es el de la pasión, el desenfreno... el rojo. Pero, esta vez, con matices, digamos, un tanto diferentes. Audrey Hepburn, en Breakfast at Tiffany's, ya se apresuró a su definición. Así que creo que no está de más tenerla en consideración. Ella decía que en esos días todo parece terrible, trágico. Las cosas se vuelven vulnerables, frágiles, tristes... como nuestro corazón.
No sabría cómo describirlo. No son días negros en los que la semana de comida grasienta se ha acumulado en tu suave y ondulada barriga, sino días en los que la existencia supone una dolorosa y pesada carga. Esos que por más que se empeñen otros, no vas a dejar de tener. Sientes que nada tiene sentido y, a menudo, hacen que te preguntes qué has hecho para merecer eso.

Sí, últimamente tengo demasiados días rojos. Al principio creía que era debido al cambio de estación pero, al cerciorarme de que ya habían pasado demasiados días desde ese suceso, concluí que comenzaba a ser preocupante y quizá necesitara de una solución... puede ser que un tanto urgente.

Si pudiera encontrar un sitio donde refugiarme, mi tienda de Tiffany's particular, todo cambiaría de color. Nunca mejor dicho.



Sí, lo sé, es estúpido, pero es así.







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