sábado, 10 de diciembre de 2011

Próxima salida

Una estación cualquiera.

El espacio que envolvía la atmósfera del adiós fue reducido a latidos. El aire no era más que ella. 
Luego vino el tren. Los segundos se clavaban en el reloj amarillo y eran más perceptibles que nunca. La claridad del tic-tac en mi cabeza me asustaba...Y terminó por juntarse el miedo con la tristeza. 

Más tarde, el vacío se extendía entre nuestros cuerpos y el hueco de su ausencia crecía exponencialmente.
 Después ya sólo recuerdo un abrazo apresurado y alguien alejarse. 

Inmediatamente llegó la confusión a mis ojos. Y no alcancé a ver nada. Agaché la cabeza, suspiré y me aferré a los brazos del chico que andaba perdido desde hacía unos días. Y sentí que me iba. Ella me llevaba. Dejé mi cuerpo en aquellos asientos. En sus manos. En la relatividad de las cosas que no tienen explicación. Como esto.

Nos dimos media vuelta y caminé sin saber que alejarme era lo menos casual en nuestras vidas. Que esperar formaba parte del trayecto de los 37 días y 36 noches. Y pensaba que mañana serían menos días -de eso estaba segura-.

Bajamos las escaleras y nos perdimos entre transeúntes ausentes de ciudades anónimas. El barullo nos fue arrastrando hacia la espera. Y sonreí;

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murmullo