Aunque
después de despertar
entornabas
la pupila
casi al
filo de la vida.
Con ese
suspiro tan enclenque y difuso de cuando sonreías y yonosabíamuybienquéhacer.
Escupía
ruinas,
por si
preguntabas,
o mirabas
hacia atrás, desde lo eterno -antes de respirar-,
y me
veías aquí garabateando todo esto.
Ahora chispea.
Y la
llovizna desdibuja tus manos (lejos).
Yo no
puedo verlo,
pero
levantas el pincel;
ahora cambias de vinilo.
Bon
Iver gira en espiral sobre tu ombligo.
Mientras, te desnudo de reojo.
Desde
esta hamaca inevitable.
Etérea.
Y dices
luz.
Yo veo
en azul.
Luego
todo empieza a derrumbarse.
Tu columna se traslada al gris.
Mi
pestaña escribe para no morir tan rápido.
Y te encuentras otras manos.
Son vacíos.
La
ceniza te cae por el pantalón
y en la pantalla anuncian últimallamada.
Corres
a inventarme.
Entonces
el vestido se llena de laberintos.
Y es
más fácil hacerse polvo cuando nadie busca a nadie.
Cuando
ves que las clavículas esparcen tus pecas.
Hacen eco
al desgarrarse.
Y yo sospecho
todo esto
a 10,000
km de incendios.
Titubeante.
En
cierto modo congelada.
En un
triángulo de círculo cerrado.
Donde
ya el pelo despeinado
no se
va a enredar en mis silencios.
Y toco
en la guitarra
unos acordes
que bailan
un
“Telollevastodo”
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murmullo